Ahora se sentía contenta y de sus ojos felices surgió una luz que le reveló el secreto a otro par de ojos, los cuales a su vez revelaron el suyo. En esa infinitamente fugaz fracción de segundo se hicieron las dos grandes confesiones, se recibieron y se comprendieron. Toda ansiedad, aprensión o zozobra se desvanecieron de los corazones de ambos jóvenes, dejando en su lugar una gran paz.
(De El pretendiente americano, Mark Twain)
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